martes, 17 de agosto de 2010 by Jhonny Abreu

“Quien ama al color, debe vivir en el color” Carlos Cruz-Diez

Todos los seres humanos distinguen en promedio la misma cantidad de colores, estos son los tonos que se dejan desprender de la luz, a diferencia de los tonos de las mezclas sustractivas, las de la luz son el naranja, violeta y verde.

Pero es importante destacar que las personas que más conocen de ellos son capaces de reconocer una gama mayor de espectros de luz, como propone Eva Heller en su publicación del 2009 “Una regla básica de la psicología de la percepción: sólo vemos lo que sabemos”, esto explica excelsamente porque un diseñador puede distinguir entre un gris 60 de uno 40.

Casi en su mayoría, las personas que se dedican a una labor creativa tienden a ser personas corticales derechos, que curiosamente domina la parte motriz izquierda del cuerpo, además de esto el constante entrenamiento en la materia provoca una conexión neuronal más eficiente, teniendo además como consecuencia una vasta base de datos en sus esquemas, dotándolo de una economía mental, es decir, invierte menos tiempo y concentración en campos que le parecen obvios, lugares que los menos experimentados deben ver en detalle.

Nunca se debe olvidar la atmosfera romántica que envuelve la vida del creador, no todo queda explicado en las neuronas, si no en las vivencias, en lo ejemplar y único que provoca una simple sombra o un haz de luz sobre el brazo, que toma un aspecto irreal al hacer rebote contra la piel. El estar dotado de esta sensibilidad trae consigo la libertad de ver todos los matices que a diario danzan a favor de su fuente.

Todo esto, es totalmente aplicable al diario transitar, no solo se reserva a los encargados de la innovación, un músico cuenta muy bien con virtudes semejantes, y cualquier otro ser está sensibilizado a esto en que en especialista se ha convertido. El ser humano puede tomar del ambiente una infinita cantidad de estímulos, pero uno y solo uno, tiene el poder suficiente como para detener un paso apresurado, ceñir una pequeña sonrisa, para luego reanudar la marcha.
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